Cuba

Negaciones de visas por presuntos vínculos comunistas separan a familias cubanas

Andy Leal, un joven cubano residente en Estados Unidos, esperó más de dos años para traer a su madre desde la isla a través del programa de reunificación familiar

Telemundo

Lo que debía ser un reencuentro lleno de lágrimas y abrazos terminó convertido en un muro burocrático difícil de escalar. Andy Leal, un joven cubano residente en Estados Unidos, esperó más de dos años para traer a su madre desde la isla a través del programa de reunificación familiar. Sin embargo, en lugar de recibir la visa de inmigrante esperada, su madre fue rechazada por supuestos vínculos con el Partido Comunista. Una acusación que, según ella, no solo es falsa, sino también humillante.

"Nunca he sido comunista. Solo soy una madre que quiere estar con su hijo”, dice Mayra Jiménez García, aún desde La Habana, con la voz rota. “Esto me parte el alma”.

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La respuesta oficial que recibió en la embajada estadounidense fue clara y cortante:

"Se prohíbe la emisión de una visa a un extranjero que sea o haya sido miembro o afiliado al Partido Comunista u otro partido totalitario”.

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El caso de Andy y Mayra no es aislado. En las últimas semanas, docenas de cubanos han reportado haber recibido la misma negativa, muchos sin antecedentes políticos ni vínculos con el régimen. Algunos ni siquiera militaron formalmente en organización alguna, pero las autoridades consulares han endurecido los criterios.

Para Andy, el golpe fue doble. Tras años de espera, trámites legales, entrevistas y gastos significativos, el proceso terminó en una notificación que no ofrece un camino claro para apelar ni pruebas concretas.

"Estamos separados por una mentira. Lo único que pedimos es justicia. Que escuchen nuestro caso”, expresó indignado.

Ha enviado cartas a la embajada, ha buscado el apoyo de abogados de inmigración, e incluso ha contactado a congresistas en busca de una solución. Ahora, con pocas opciones, decide llevar su historia a la prensa como última esperanza.

La tensión se intensificó aún más cuando Mike Hammer, jefe de misión de la embajada de EE.UU. en La Habana, justificó las restricciones bajo el argumento de evitar que personas vinculadas al régimen cubano entren al país.

"Lo que no queremos ver es que entren represores y estén por las calles de South Beach tomándose un mojito”, declaró Hammer en una comparecencia pública reciente en Miami.

Sin embargo, el propio diplomático reconoció que el sistema no es infalible:

"Siempre puede ocurrir un error. Uno no quiere, pero hacemos lo mejor posible. Y cuando hay un caso, lo podemos revisar”.

Estas declaraciones, aunque abren una leve ventana de esperanza, también evidencian la falta de mecanismos claros para apelar decisiones que impactan directamente la vida de familias separadas por fronteras, política e ideología.

Desde Miami, varias familias cubanas exigen una revisión caso por caso, más transparencia en los procesos y la posibilidad de defenderse ante acusaciones que, aseguran, no tienen sustento.

Organizaciones de derechos humanos y activistas locales han comenzado a documentar testimonios similares, mientras crece el clamor por una política migratoria que no castigue por sospecha ni convierta la ideología en una barrera familiar.

Mientras tanto, Andy y su madre siguen separados. Cada noche se ven a través de una pantalla, cada llamada termina con la misma promesa: “Nos vamos a abrazar pronto”.

Pero hasta que eso ocurra, la reunificación familiar sigue atrapada en un limbo entre la diplomacia, el pasado político y la necesidad humana de estar juntos.

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